EL LOBO Y EL CORDERO DE LA SALUD

Las plantas medicinales son la farmacia viva de la selva. Es un hecho comprobado que estas han sido el primero y principal recurso utilizado para la atención primaria en salud de las comunidades rurales y nativas. Podríamos decir, incluso, que es una realidad latinoamericana. Su importancia es tal que la OMS lo considera “el pilar principal en la prestación de servicios de salud complementaria.” Porque, en general, el pueblo sencillo loretano, ante una dolencia, no va al doctor, sino al médico. Y aquí, con la palabra médico se entiende el vegetalista. Solo en Iquitos, en una investigación llevada a cabo en los años 90 encontraron en torno a 500 médicos practicantes de medicina natural. Imaginemos cómo sería en las zonas rurales. Detrás se esconde el conocimiento basado en la experiencia curativa de plantas medicinales que ha permitido prevenir, tratar y curar muchas de las patologías más comunes del medio. Es por eso que la OMS recomendaba a los gobiernos aplicar políticas que permitan atender las necesidades de salud de los pobladores aplicando estos conocimientos tradicionales como medicina alternativa o complementaria.
Esta tendencia se ha mantenido a pesar de la propaganda y el atractivo que ofrece la medicina química occidental por razones elementales: Ésta cuesta y aquella no; ésta la tienen a la mano y aquella solo en farmacias. Y lo que es más importante: Es eficaz. Por otra parte, se sabe que muchos de los hallazgos de los últimos 25 años en medicina química han tenido como base los conocimientos sobre plantas medicinales que tradicionalmente han aplicado empíricos, curiosos, médicos y shamanes, y por las que no han pagado ningún canon, aunque después esas mismas farmacéuticas impongan el suyo como si fuera descubrimiento propio. Descaradamente se ha protegido la medicina química occidental y se ha ninguneado el acerbo cultural de los pueblos en esta materia. Nadie niega sus valores y logros, pero tampoco nadie podrá negar que hay detrás mucho dinero y demasiada propaganda. Sin embargo, mal que les pese, la medicina popular sigue salvando vidas. Y para muestra, el último botón: Dada la alta morbilidad que la pandemia del coronavirus empezó a provocar en las ciudades peruanas, muchos pensaban que cuando llegara a los ríos podría -literalmente- diezmar las poblaciones ribereñas y nativas. Sin embargo no fue así. Y no porque el estado les hubiera premunido de doctores, oxígenos, ampollas y pastillas, sino porque, viendo como actuaba ese raspabarbas, empezaron a poner las suyas en remojo, desde la casa, con lo que tenían a mano: La medicina natural. Y una vez más, tenemos que decir que fue bastante eficaz.
La salud es un derecho de toda persona, pero hoy se ha convertido en un negocio. No hay más que ver que en los años 80 solo había tres farmacias en Iquitos; hoy es posible que haya más de trescientas. Los grandes laboratorios de medicina química se han convertido en uno de los lobos de nuestro tiempo. Una medicina genérica que cuesta diez centavos, si te descuidas te la venden de marca a 10 soles. Es decir, cien veces más cara. ¡Y son los mismos principios activos! Para colmo de males, el Estado deja nuestra salud en manos del lobo cuando permite el monopolio, aun sabiendo que entre monopolio y abuso apenas hay distancia. Para ellos no somos gente, somos negocio, un trapo para exprimir. Lo hemos visto en esta pandemia. Es tal la desvergüenza de estos grandes laboratorios de medicina química que en el 2010 tenían la vacuna pero no tenían la enfermedad. Recuerdan aquella gripe porcina H1N1, ¿verdad? Alarma mundial: Nos obligaron a cerrar las escuelas, sin embargo no provocaba ni la tos. Pero les sirvió para llenarse los bolsillos vendiendo millones de vacunas. Lo difícil de tragar es que hasta la OMS se presta a estos tejemanejes. Vergüenza. Pero así es y así seguirá si no se pone presión social y remedio político. En el pasado se luchaba no solo por combatir, sino por erradicar enfermedades. La investigación científica era financiada principalmente por los gobiernos y había resultados. Así por ejemplo, han sido erradicadas o casi erradicadas, el tétanos, la tosferina, el sarampión, la rubeola, la poliomielitis, la difteria, la varicela… Hoy no, hoy se lucha por conservarlas todas. Cuantas más mejor. Desde que la salud mundial cayó en manos de estos lobos es así y no puede ser de otra manera. Viven de la enfermedad, jamás harán nada en contra de ella. Eso sí, nos la dejan suavecita y crónica, ligada al fármaco que nos venderán de por vida. Eso es lo que le pasa al mundo cuando la solución se deja en manos del problema. Cuando el negocio toca la vida, ya sabemos quién saldrá perdiendo.
La gran diversidad de plantas identificadas está asociada a diferentes aspectos culturales y religiosos, propios de los estilos de vida ligados al mundo rural, lo que evidencia un sistema sanitario dominado por el uso de vegetales que determinan patrones de conducta precisos. Pero no basta. Por eso, en lugar de ignorarla, habría que articular la medicina tradicional con la medicina occidental, porque ambas tienen el mismo objetivo y ambas aportan a la vida desde visiones distintas. Vemos con esperanza cómo tímidamente van surgiendo algunas iniciativas, pero aún mínimas. Así por ejemplo, el Instituto de Medicina Tradicional lleva años investigando con más de 500 plantas medicinales y desarrollando diferentes alternativas terapéuticas. Tenemos también, entre otros, al Centro de Medicina Complementaria, dependiente de Essalud, que atiende a miles de pacientes anuales con tratamientos y terapias naturales con resultados más que satisfactorios. Este Centro en concreto se siente comprometido con el dolor humano y trata a pacientes que ya sufren los efectos secundarios de la polifarmacia y las enfermedades crónicas, ofreciendo alternativas naturales con resultados positivos. Lógicamente todos parten de la información etnobotánica, de los conocimientos tradicionales aportados por los pueblos originarios. Conocimientos que surgieron de la práctica de tener que aplicar remedios donde no los hay, y del genio espiritual de estas culturas que perciben que las plantas tienen “madre.” Ciertamente atesoran conocimientos increíbles por su identificación cultural con el medio, pero sufren con frecuencia el desprecio por desconocimiento y deficiente práctica intercultural. Evidentemente aún falta mucho apoyo, y confianza, y respeto. Estas instancias sin embargo han sabido reconocer, validar y valorizar los conocimientos de las plantas aportados por las comunidades indígenas y han comenzado a romper paradigmas con una visión inclusiva centrada en el paciente.
Porque la visión del paciente es muy diferente según las culturas. La medicina moderna occidental, basada en la química, divide al paciente en partes para poder tratarlo mejor, por eso aparecen las especializaciones, pero se olvidan de la visión integral y holística propia del ser humano. Somos un sistema hecho de subsistemas, no de órganos independientes. En cambio la visión nativa, con su medicina popular, percibe a la persona de manera integral y en su contexto propio. Esta cosmovisión incide en la cura integral, en la salud integral, mira a la persona en su contexto, mira a las causas, a lo que la ha llevado a producir el desequilibrio. Sin embargo, todavía esta medicina natural es ninguneada por la medicina química, más por intereses económicos que por sólidas razones, ciertamente. Pero cómo nos gustaría, como en aquella visión de Isaías, que el lobo y el cordero pacieran juntos, inaugurando con ello una nueva era de paz y complementariedad a favor de una vida sana y digna para todos.

Fr. Victor Lozano, O.S.A.