COMPROMETIDOS CON LA PAZ

En 1981 la ONU declaraba el 21 de setiembre Día internacional de la paz, una jornada destinada a reflexionar sobre los fundamentos de la paz, a la vez que pedía a los grupos beligerantes del mundo el cese de todo tipo de hostilidades. Este año lleva por lema “forjando juntos la paz” y una vez más, estará dedicado al fortalecimiento de estos ideales.   

El tema de la paz es un anhelo de todo hombre, pero no es nada fácil. Sabemos que el corazón de la paz es la paz del corazón, pero nuestros corazones no siempre están en esa onda. De sobra conocemos que los disparos contra los demás provienen de un corazón amurallado, egoísta, centrado sobre sí, intolerante y obtuso, siempre con la metralleta apuntando hacia el otro…Nos ofuscamos ante la menor contradicción. Si falta el amor, la simpatía, la amistad… cualquier palabra o gesto es susceptible de una mala interpretación y ya estamos en guerra. Porque la realidad no es como es, sino como la interpretamos. En definitiva, muchos muros y pocos puentes. 

La palabra hebrea shalom, designa la paz en el AT; un término que expresa totalidad, armonía, plenitud de vida y de relación fraterna entre todos los hombres y la naturaleza, entre todos los hombres y Dios. ¡Cuán lejanos estamos de ese concepto! Hoy se habla de paz solo pensando en evitar la guerra. Pero la paz que cabe exigir tiene un marco claro: La no violencia. Sin embargo solo llegaremos a la paz eliminando la pobreza y la injusticia que la engendra, distribuyendo equitativamente los recursos económicos y el acceso al poder. Hoy como ayer, ante la brecha abierta entre los ricos y los pobres, Agustín pone el dedo en la llaga: “¿En qué consiste el peso de la pobreza? En no tener. ¿Y el peso de las riquezas? En tener más de lo necesario. Uno y otro están sobrecargados. Ayúdale tú en el no tener, y te ayudarás a ti mismo en el tener más de lo necesario, para que disminuyan las cargas de ambos” Serm. 164,9.

El Concilio (GS 77-93) parte de lo obvio: La paz es frágil. Es imposible construir un mundo más humano para todos sin que todos se conviertan a la verdad de la paz. Si bien se dirige a todos los hombres, el tema atañe más a los cristianos. Condena la guerra y hace un llamado a cimentar la paz sobre sus bases naturales: la justicia y el amor. Porque la paz no es ausencia de guerra, no se reduce al equilibrio armado de fuerzas adversas, ni proviene de la imposición del más fuerte, sino que es, más bien, obra de la justicia Is 32,7. La paz en la tierra nace del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, el mismo que ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de la cruz, al dar muerte al odio, reuniendo en un solo pueblo a todo el género humano Ef 2,14-16. Sobre esta base se hace un llamado a todos cristianos para que viviendo en la caridad se unan a los pacíficos para construir la verdadera paz. Recordemos que el Evangelio llama bienaventurados a los constructores de la paz y les declara hijos de Dios Mt 5,9. No obstante, en la medida en que el hombre es pecador, la paz siempre estará amenaza por el egoísmo humano, siempre precaria e inacabada, siempre en perpetuo quehacer hasta el retorno de Cristo. Pero en la medida en que los hombres unidos por la caridad triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia hasta ver cristalizada la profecía: “De las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas, no alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.” Is. 2,4ss.

Para edificar la paz es preciso desarraigar las causas que alimentan las guerras. La primera de todas, las injusticias provenientes de las desigualdades económicas; otras, del deseo de dominio y desprecio por el otro, que brotan de la envidia, la soberbia y el egoísmo. La solución va por la cooperación y la creación de organismos internacionales que promuevan la paz, lo que implica fomentar el desarrollo en los países pobres evitando la triste situación de emigrantes y refugiados. Esto exige una mayor cooperación económica internacional, pues a pesar de la interdependencia de los países distan mucho en cuanto a igualdad y prosperidad. La ayuda debe darse con la mayor generosidad, sin ansias de dominación, a fin de establecer un auténtico orden económico universal, acabando con el lucro excesivo, las ambiciones nacionalistas y los cálculos ideológicos de dominación, un sano comercio mundial, diálogo, etc.

Por su parte, Medellín 2.14 nos habla de tres notas características de la paz:                                        

  1. La paz es ante todo obra de la justicia. Supone la instauración de un orden justo, un orden en el que los hombres no sean meros objetos sino agentes de su propia historia. Allí donde existen injustas desigualdades entre hombres y naciones se atenta contra la paz. La paz, por tanto, no es la simple ausencia de violencia y de sangre. La opresión ejercida por los grupos de poder puede dar la impresión de mantener la paz y el orden, pero en realidad no es sino el “germen continuo de rebeliones y guerras”. La paz solo se obtiene creando un orden nuevo que “comporta una justicia más perfecta entre los hombres”. En este sentido, el desarrollo integral del hombre, el paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas, es el nombre nuevo de la paz.

2. La paz, en segundo lugar, es un quehacer permanente. Implica transformación de estructuras, cambio de actitudes, conversión de corazones. La “tranquilidad del orden” agustiniana, no significa pasividad. No es tampoco algo que se adquiera una vez por todas; es el resultado de un continuo esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias, a las exigencias y desafíos de una historia cambiante. Una paz estática y aparente puede obtenerse con el empleo de la fuerza, pero una paz auténtica implica lucha, capacidad inventiva, conquista permanente. La paz no se encuentra, se construye. El cristiano es por naturaleza un artesano de la paz.

3. La paz es, finalmente, fruto del amor. Expresión real de una real fraternidad entre los hombres: Fraternidad aportada por Cristo, Príncipe de la paz, al reconciliar a todos los hombres con el Padre. La solidaridad humana no puede realizarse verdaderamente sino en Cristo, quien da la paz que el mundo no puede dar. El amor es el alma de la justicia. El cristiano que trabaja por la justicia social debe cultivar siempre la paz y el amor en su corazón. La paz con Dios es el fundamento último de la paz interior y de la paz social. Por lo mismo, allí donde dicha paz social no existe, allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas económicas y culturales, hay un rechazo del don de la paz del Señor; más aún, un rechazo del Señor mismo.

Por eso, para nuestra verdadera liberación, necesitamos de una profunda conversión a fin de que llegue a nosotros el “Reino de justicia, de amor y de paz”. Porque el origen de toda injusticia debe ser buscado en el desequilibrio interior de la libertad humana que necesitará siempre de una permanente rectificación. La originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la necesidad de un cambio de estructuras, sino en la insistencia en la conversión del hombre, para luego pueda exigir esos cambios.

Esto lo corrobora también Sto. Domingo. Todos sabemos cuáles son las raíces de la ausencia de paz: El hombre caído, debilitado, con tendencia al mal. El hombre, al pecar, ha quedado enemistado con Dios; dividido en sí mismo, ha roto la solidaridad con el prójimo y ha destruido la armonía de la naturaleza. De ahí provienen los males individuales y colectivos: Las guerras, el terrorismo, la droga, la miseria, las opresiones e injusticias, la mentira institucionalizada, la marginación de grupos, la corrupción, el ataque a la familia, el abandono de niños y ancianos, la trata de personas, las campañas contra la vida, el aborto, la instrumentalización de la mujer, la depredación del medio ambiente… en fin, todo lo que caracteriza una cultura de muerte SD, 9. ¿Quién nos librará de estas fuerzas de muerte? Rm 7,24. Solo la gracia de Jesucristo, ofrecida una vez más a los hombres y mujeres como llamada a la conversión del corazón. Él derriba todo muro entre hombres y pueblos. Y lógicamente, también nuestro propio esfuerzo: “Hagan todo lo posible para vivir en paz con todos. No tengan deuda alguna con nadie, fuera del amor mutuo que se deben…” Rm 12, 18. 13,8

La Iglesia tiene como misión central evangelizar (Mt 28,19), pero evangelizar no es sacar al hombre de su realidad sino abrirlo a Dios, pero con los pies en la tierra; por eso, entre evangelización y promoción humana existen lazos muy fuertes; vínculos de orden antropológico, teológico y  evangélico. En efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero crecimiento del hombre? El Papa nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser abogada de la justicia y defensora de los pobres DA, 395;  a ser compañera de camino de nuestros hermanos más humildes Id., 396. Ser discípulos y misioneros de Jesucristo nos debe llevar a asumir evangélicamente y desde la perspectiva del Reino, las tareas prioritarias que contribuyen a la dignificación de todo ser humano. Por eso, para hacer justicia hay que ir más allá de la ley, hay que mirar el corazón del hombre que busca, en el fondo, dignidad y aceptación. Todo hombre tiene derecho a ser amado y comprendido. En todo el A.T. asistimos a intervenciones de Dios para dar a entender al pueblo que el culto está ligado a la vida. Los profetas ponen un acento singular en la justicia, pero los hombres pasan al lado de la miseria sin verla. Se encuentran demasiado satisfechos para comprenderla. Pero si no tengo sensibilidad para descubrir en el pobre al hermano, si no tengo para él un poco de amor, no seré capaz de entronizarle en su dignidad.

En conclusión, debemos contribuir a crear un orden social más justo sin el cual la paz es ilusoria, y denunciar todo aquello que destruye la paz, en el hombre, entre los hombres y entre los pueblos, porque “el mundo necesita personas que luchen por la vida y por la paz al menos con la misma intensidad con que otros luchan por la destrucción y la muerte.” (Ghandy).

Hno. Víctor Lozano