TRES NOTAS BREVES SOBRE LA ESPERANZA CRISTIANA

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Dios ha prometido al hombre algo que este ha anhelado intensamente y desde siempre sobre todas cosas: La vida eterna y feliz, sin amenazas. El que no cree en Dios no puede creer en sus promesas. De aquí parte todo: De la fe. Confía en Dios. El siempre da lo que promete. Sabe lo que promete porque es la Verdad. Puede otorgarlo porque es omnipotente, dispone de ello porque es la Vida misma…” Com Ps 25.13. Para el no creyente la vida es una pasión inútil: Todo termina estrellado contra el muro de la muerte. Al creyente en cambio le alienta la esperanza: Espera algo, le espera Alguien. La esperanza se abre camino como esas flores que nacen rompiendo el cemento de una pista. No es un optimismo fácil, florece cuando el creyente se empeña en ser fiel a su vocación divina a pesar del poder del mal. Sin embargo, ¡cuántas veces! la rutina y el cansancio llevan al cristiano a olvidarse del bien futuro para buscar esperanzas de corto vuelo. Pero Agustín advierte: En Ti y no en nosotros está el bien que buscamos. Por apartarnos de él nos pervertimos. Haznos, pues, volver al bien para que no nos extraviemos. Conf. 4,16,31

La esperanza hace del creyente un peregrino hacia la Patria. El no creyente siempre buscará aquí la instalación. En aquel, la muerte –como en internet- le abre ventanas hacia mundos insospechados. En este el futuro es una amenaza sombría. En aquel la vida puede ser un drama pero con la esperanza de un final de plenitud. En este es una tragedia asegurada. Por eso quien tiene esperanza asciende, quien no la tiene se desliza. Todas las cosas son buenas, deleitan, pero no llenan. Busca quien las hizo. El es tu esperanza, luego será tu posesión. Serm 313F. El fundamento último de la esperanza no es otro que la fe en el amor, la certeza de que el amor y la vida vivida por amor son más fuertes que el mal y que la muerte. Si me siento amado, si alguien me espera, me sentiré impulsado a lograr metas que jamás lograría sin el amor. La esperanza camina de la mano entre la fe y la caridad. La fe es conocimiento, la caridad es comunión, la esperanza es tensión. La esperanza hace novedosa y tolerable la vida, decía san Agustín. Ni el progreso ni la ciencia pueden ofrecer al hombre una esperanza cierta porque el hombre solo puede ser redimido por un amor incondicional, como el amor que Dios nos manifestó en Cristo Jesús, Señor nuestro.

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Los seres humanos siempre estamos esperando algo: sacar una carrera, tener un trabajo, encontrar un gran amor… Pero una vez cumplidos esos deseos seguimos esperando otros más porque no llenan el corazón. El hombre siempre necesita de una esperanza que vaya más allá.

La esperanza es la confianza en las promesas de Dios y la expectación y espera de la salvación eterna. Es una virtud que nos orienta a ese Dios que nos dijo: Les voy a preparar un lugar, para que donde yo estoy estén también ustedes. Sabemos que lo mejor está por venir, por eso, la esperanza fiable nos hace capaces de soportar las dificultades y sufrimientos que surgen en nuestro empeño por alcanzar la meta. Porque existe la tentación de apartarnos del camino e ir tras esperanzas efímeras o fugaces. Las mismas de quien dice que prefiere pájaro en mano a ciento volando.

Pero la esperanza no es una fuga mundi hacia lo desconocido, un producto del temor ante la amenaza del no ser. No. Es riesgo, expectación; no es ilusión ni puro optimismo: implica búsqueda y esfuerzo. Es una respuesta al anhelo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón humano. Es más, nuestra esperanza está asentada en la Palabra, y sabemos que esta llegará a cumplirse porque Dios es fiel, omnipotente y misericordioso. Y porque ya tenemos un anticipo: en Jesucristo se ha cumplido su mayor promesa. En realidad, sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza.

Por otra parte, la esperanza nos hace jóvenes porque, por más años que tengamos, siempre    acunaremos más futuro que pasado. Ante los bienes futuros, descubrimos que los presentes son solo eso: medios. Aquí solo somos peregrinos, nunca tendremos morada permanente. Tenemos claro que somos ciudadanos del cielo, moradores de la cada de Dios, caminamos hacia el Padre en el Señor, por el Espíritu. Entre gemidos, peregrinos de aquella Jerusalén celeste, oramos con el deseo. Com Ps 122,4

Qué podemos esperar, se preguntaba Kant. La modernidad creó la fe en el progreso, una fe fundada en la libertad individual y en la razón científica, pero ya otro filósofo, Adorno, habló de la incertidumbre del progreso que, si bien ofrece muchas posibilidades para el bien, también las abre, y abundantes, para el mal. No, hermanos, no es la ciencia la que redime al hombre, sino el amor. En definitiva, la gran esperanza del hombre es Dios, el Dios que nos amó hasta entregarnos a su propio Hijo. Sí, ese Dios, a quien la fe nos despierta, la esperanza nos levanta y la caridad nos une.  Sol 1,1,3

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La esperanza, como actitud humana, es un valor necesario para poder vivir con ilusión la vida en general; pero es más significativa en la etapa evolutiva por la promesa que significa toda vida que crece y se prepara para enfrentar el reto de un caminar con sentido. Y es que sin esperanza la vida es un tobogán al borde del barranco,  un avanzar sabiendo que al final solo nos espera un muro ciego. La esperanza es necesaria para todo. Los alumnos no estudiarían si no tuvieran  la esperanza de aprender y los maestros no educarían si no tuvieran la esperanza de “despertar la persona” y de transformar con su acción la realidad carencial del alumno. La falta de esperanza produce desilusión, desánimo; en cambio la esperanza hace novedosa y tolerable la vida, decía san Agustín. Porque no hay razón para una tristeza duradera donde hay seguridad de una felicidad eterna. Epist 263,4

San Pablo nos dice: no se aflijan como los hombres sin esperanza. Los primeros cristianos aceptaban el martirio porque habían recibido una esperanza fiable de vida y resurrección. El que no cree en Dios no puede creer en sus promesas, por eso, el que tiene esperanza tiende a vivir de otra manera, es decir, le pone pies al asunto. Y es que todos los hombres necesitan en la vida de una estrella, de una patria, una meta hacia la que caminar, aunque sea entre espinas y dolores, con la esperanza de toparse con la felicidad definitiva. Pues bien, sin Dios no habrá nunca un esperanza fiable, porque se ha demostrado, que , sin El, el hombre pierde el norte y se vuelve un lobo para el hombre, raramente un hermano para el hombre. Ni el progreso ni la ciencia pueden ofrecernos una esperanza cierta porque la humanidad solo puede ser redimida por un amor incondicional, como el que se nos ha manifestado en Cristo Jesús, por es la Esperanza fiable, levadura del Amor, va unida al amor y a la Fe.

Cuando el 28 de agosto del año 430 muere Agustín, Hipona está rodeada por las tropas de Genserico: caía el imperio romano. Sin embargo él había escrito La Ciudad de Dios para fundamentar que la esperanza cristiana está a en Dios y no en la supuesta solidez del imperio. El imperio de entonces y los imperios de hoy.

Por Fr. Víctor Lozano Roldán