EL BOSQUE QUE NO QUIERO VER

Por: Fr. Manuel Vásquez Arirama, OSA

“Lo que estamos haciendo a los bosques del mundo no es más que un reflejo de lo que nos estamos haciendo a nosotros mismos y a los demás”. Chris Maser.

La frase salpica el verdor de nuestra realidad amazónica, donde los bosques cada vez se alejan más de nosotros y nosotros de ellos, vamos perdiendo esa familiaridad natural de coexistencia y empatía. Damos la impresión, que odiamos a los árboles, plantas y las flores porque en una ciudad como la nuestra, hay poquísimos parques, jardines, malecones, bulevares, jiros y avenidas lleno de colores y aromas de rosas, acacias, margaritas, tulipanes, y si queremos también de pomas rosas y Parinari.– Entonces podríamos cantar junto a San Francisco de Asís, “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra tierra, la cual nos sostiene y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”.

Vivimos en una ciudad por naturaleza bendecida y, por tanto, encantadora, llena de misterio, mitos y leyendas que conectan con el cosmo y la cosmovisión amazónica. Tiene una tradición única, reflejo de una cultura ancestral que nacen de los ríos, los vientos y los bosques. Lamentablemente la vamos perdiendo, perdemos nuestra identidad cultural amazónica, alienándonos a pensamientos y propagandas distorsionadoras.

Quién o quiénes defienden este pedacito de paraíso natural y cultural, no son nuestras autoridades, no son los que están en el poder, no es el estado, y si lo hacen, es lo mínimo porque sus intereses son políticos y económicos, menos ambientales. Quien y quienes tienen la obligación y por derecho defenderla es su propia gente y la gente de buena voluntad  que ama, respeta y cuida esta pequeña isla, que algunos llaman “Isla bonita” con razón, pero no se dan cuenta la gran responsabilidad que nos exige esta isla para amarla, cuidarla y protegerla. Decimos quererla y amarla, sin embargo, nuestras actitudes y comportamientos dicen otras.

Esta isla bonita se ha convertido, en bosques de gente que languidecen cada día por alimento, por trabajo, por agua potable, salubridad, etc.

Esta isla bonita se ha convertido en bosques de basura tirada en cada esquina sin importar si es avenida, malecón o mercado, son nuestros espejos de lo que somos o de lo que nos hemos convertido, huelen a nosotros, a miseria y corrupción.

Esta isla bonita se ha convertido en bosques de sonidos con decibeles torturadores que nos indican y señalan que estamos más sordos que el propio sordo y no queremos escuchar porque también somos parte de ella.

Esta isla bonita se ha convertido en bosques de huecos y baches donde si te distraes terminas en el sifón o en el mismo cementerio.

Esta isla bonita se va convirtiendo en bosques de miserias. Esos bosques están dentro de la propia isla bonita, en los malecones, avenidas, mercados, en las juntas vecinales, en los barrios populares cubiertas de pequeñas islas de grupos sociales, de zonas y barrios, de centros y periferias, etc.

Son bosques invisibles y parecen ficticios, pues no, es real. Como es real su gente. Entonces por qué llamarla isla bonita, cuando la palabra bonita o isla bonita, tiene por atributos dulzura, suavidad, delicadeza, belleza, paz, tranquilidad, armonía con su ecosistema y su gente, algo que no se puede expresar con palabras porque las palabras sobran.

¿Es eso nuestra ciudad, nuestro malecón, nuestras calles y avenidas? Me pregunto y me seguiré preguntando porque no encuentro respuestas, aunque repensándolo, creo que ustedes, los que leen este texto, tienen la respuesta.