CAMINANDO HACIA EL REINO.

La existencia de las procesiones se remonta a la más lejana antigüedad y podemos verlas presentes en todas las culturas y religiones. En Grecia y Roma hay evidencia éstas, todas tenían un motivo, en honor de los dioses, procesiones triunfales al regresar de las guerras victoriosos, consulares, etc.

Budistas, hindúes, musulmanes y cristianos comparten esta costumbre, mencionada también en el Antiguo Testamento y en los inicios de la Era Cristiana, cuando los seguidores de Jesús acompañaban en peregrinaje los cuerpos de los mártires de la fe.

En el Código de Derecho canónico se encuentra una especie de definición: “Bajo el nombre de sagradas procesiones se da a entender las solemnes rogativas que hace el pueblo fiel, conducido por el clero, yendo ordenadamente da un lugar sagrado a otro lugar sagrado, para promover la devoción de los fieles, para conmemorar los beneficios de Dios y darle gracias por ello, o para implorar el auxilio divino” (canon 1290,1).

En el Antiguo Testamento, al menos una docena de salmos hacen referencia a una procesión o peregrinación. También puede ver: 2 Sam 6,1ss y 1 Cro 16 donde se describen solemnes pompas, con cantos de salmos y gran júbilo del pueblo, que celebraban el traslado del Arca de la Alianza, y también 1 Re 8 y 2 Cro 5. Los judíos realizaban procesiones para Pascua, Pentecostés y para la fiesta de los Tabernáculos, y se dirigían a Jerusalén.

Para los cristianos las procesiones forman la parte más importante del culto exterior. En los siglos XIV y XV, la aparición y difusión de las órdenes mendicantes supuso un cambio en la vivencia religiosa de los fieles, pues estas órdenes pretendían un acercamiento de lo sagrado al pueblo, y el adoctrinamiento y enseñanza de este en los misterios de la fe. De ahí que las imágenes religiosas se multiplicaran a partir de entonces y surgieran representaciones teatrales de carácter religioso, con elaborados textos (los autos sacramentales). Un precedente de esto pudo ser el pesebre viviente que organizó san Francisco de Asís en la localidad italiana de Greccio. En este tipo de representaciones se mezcla lo profano con lo sagrado, y las imágenes sagradas salen al exterior de los templos. Se puede sospechar con fundamento que la procesión cristiana recoge la tradición de los desfiles militares, tan habituales en la Antigüedad, bajo un barniz piadoso.

Las procesiones surgieron también del deseo del pueblo cristiano de imitar la pasión de Cristo.»El Vía Crucis no es otra cosa que una imitación de lo que los peregrinos hacían en la Vía Santa o Vía Dolorosa de Jerusalén, que era acompañar a Cristo con la cruz», señala Fermín Labarga, agregado del Instituto de Estudios Riojanos y doctor en Teología.

Pero, sin duda alguna, es a raíz del Concilio de Trento cuando las procesiones adquieren una enorme importancia, cuando la Iglesia católica ve en este tipo de actos un poderoso instrumento de evangelización y persuasión, en un marco donde el impacto visual de la imagen era más efectivo que la lectura de relatos bíblicos, que por otra parte era limitada debido a las altas cotas de analfabetismo y porque estaba prohibido traducir los textos sagrados del latín.

Con la llegada de los españoles al Perú llega la religión católica y un proceso de evangelización que intenta acabar con ideologías contrarias a la fe cristiana. Fueron largos años de lucha para romper con el poder del Inca que, aún muerto, seguía siendo consultado para todo orden de cosas e idolatrado por los indígenas. Se dice que la procesión del Corpus Christi, introducida en el Cusco en 1533, pero establecida oficialmente 40 años más tarde por el Virrey Toledo, fue la medida encontrada por los misioneros para reemplazar la romería de momias que los antiguos habitantes del Tahuantisuyo sacaban por las calles, ricamente ataviadas con joyas y metales preciosos.

La llegada de órdenes religiosas en la Colonia trajo consigo el conocimiento del evangelio, así como costumbres que fueron esparciendo por todo el virreinato.  Dominicos, franciscanos, agustinos, jesuitas, aportaron así sus celebraciones, entre ellas las procesiones a sus santos patrones. Una de ellas, inmortalizada en una tradición de Ricardo Palma, fue la llamada procesión de las ánimas de San Agustín, celebración de Jueves Santo bastante singular y también sobrecogedora, pues los frailes acostumbraban a realizarla muy de noche, vistiendo de negro, ocultando sus rostros en capuchas que dejaban asomar sólo sus ojos. Los fieles acompañaban portando en las manos cirios en forma de huesos. En torno a ella se crearon historias siniestras, donde los fantasmas y aparecidos eran los principales protagonistas.

Sin embargo, una procesión originada durante la colonia sería la que se mantendría a través del tiempo, la del Señor de los Milagros que convoca a miles de personas, hombres, niños y mujeres que recorren las calles vestidos de morado, color que representa la piedad, perseverancia, verdad, inocencia, pasión, sacrificio y sufrimiento de Cristo.

Un negro de Angola, señala la tradición, pintó sobre una pared de adobe, la imagen del Cristo crucificado, la cual permaneció incólume ante los terremotos que destruyeron Lima y el Callao, ocurridos el 20 de octubre de 1687 y el 28 de octubre de 1746. A raíz del primer sismo, el Cabildo de Lima autorizó la procesión en su honor y lo reconoció como patrón y defensor. El recorrido inicial de la imagen iba desde la iglesia de Santo Domingo hasta la Encarnación, abarcando con los años nuevas rutas, para terminar siempre en el templo regentado por las Madres Nazarenas Carmelitas Descalzas.

La historiadora María Rostworowski refiere que debido al sismo de 1746, la fecha de celebración del Señor de los Milagros se cambia del 14 de setiembre al 28 de octubre, siendo el 18 el inicio de la novena. El óleo que sale en recorrido procesional fue pintado en 1747, en el gobierno del virrey José Antonio Manso de Velasco, Conde de Superunda. En el anverso luce la figura de la Virgen de la Nube, advocación de origen ecuatoriano, la cual se conoce también como la Candelaria, del Aviso o de las Lágrimas.

Otras procesiones de gran reconocimiento son las realizadas en honor del Señor de Luren en Ica, el Cristo Cautivo de Ayabaca, el Señor de los Temblores en Cuzco, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, Virgen de la Puerta, de Chapi, de Yauca, del Carmen, y otras advocaciones de Jesús y su madre, veneradas tanto en Lima como en los más apartados rincones del Perú.

Acompañar a la imagen se convierte en un acto público que no sólo lleva consigo un carácter de proclamación externa y pública de la fe, sino que busca manifestar el gran misterio de la Iglesia en constante peregrinación hacia el Reino de Dios que anhelamos, porque todos somos Hijos de Dios. Para un cristiano que entiende el significado de la procesión, seguir la imagen compromete, lo externo manifiesta lo interno de cada uno de los seguidores de Jesucristo.

Fr. Antonio Lozán Pun Lay, OSA