UN SUEÑO SOCIO CULTURAL DE LA IGLESIA

P. Agustín Raygada, O.S.A.

NOTA: TODAS LAS REFLEXIONES ESTÁN BASADAS EN LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POST SINODAL “QUERIDA AMAZONÍA” DEL PAPA FRANCISCO

  1. Un sueño Sociocultural

“¡Del Señor son la tierra y su plenitud! ¡Del Señor son el mundo y sus habitantes! ¡El Señor afirmó la tierra sobre los mares! ¡El Señor la estableció sobre los ríos! «¿Quién merece subir al monte del Señor? ¿Quién merece llegar a su santuario?» «Solo quien tiene limpias las manos y puro el corazón; solo quien no invoca a los ídolos ni hace juramentos a dioses falsos. Quien es así recibe bendiciones del Señor; ¡Dios, su salvador, le hace justicia!” (Salm 24)

El hombre originario de estas tierras fue visto como una persona de tercera categoría, incapaz de manejar su propio destino y sus propios recursos. Desde esa perspectiva, la intromisión de algunos que sí sepan qué les conviene es vista como justificada y hasta necesaria. El despojo de las tierras y la explotación indiscriminada de los recursos naturales pierde carácter de delito y pecado y se esconde bajo el lema de “desarrollo” para todos esos pueblos que, sin siquiera ser tomados en cuentas, descubren impotentes que “ya no tienen su chacrita” para poder trabajar porque ahora pertenece a una empresa que piensa quemar grandes áreas y plantar cacao (testimonio de un morado de Tamshiyacu tras la denuncia a la empresa Tamshi SAC, año 2020), o “no dejan pescar porque dice esa cocha es el del gobierno ahora”. En el mejor de los casos se hace una suerte de teatro llamada “Ley de consulta” en donde se reúne a los principales representantes de los pueblos originarios de una zona y en donde pueden exponer sus posturas, discusiones que siempre son olvidadas y jamás tenidas en cuenta. Bien lo expone el Papa Francisco cuando menciona

“A los emprendimientos, nacionales o internacionales, que dañan la Amazonia y no respetan el derecho de los pueblos originarios al territorio y a su demarcación, a la autodeterminación y al consentimiento previo, hay que ponerles los nombres que les corresponde: injusticia y crimen. Cuando algunas empresas sedientas de rédito fácil se apropian de los territorios y llegan a privatizar hasta el agua potable, o cuando las autoridades dan vía libre a las madereras, a proyectos mineros o petroleros y a otras actividades que arrasan las selvas y contaminan el ambiente, se transforman indebidamente las relaciones económicas y se convierten en un instrumento que mata.” (QA 14).

Acciones que se presentan como orientadas a buscar un desarrollo general, pero que terminan favoreciendo a grandes intereses y dejando de lado a los verdaderos dueños de esas tierras deben encontrarse con nuestra voz de protesta e indignación que se convierte también en una voz profética que anuncie al mundo la igualdad de dignidad entre todos, denuncie el atropello tanto del hombre amazónico como de la misma amazonía, y sane las heridas causadas en las relaciones entre hermanos de un mismo Padre. El Papa Francisco nos recuerda:

“En el momento actual la Iglesia no puede estar menos comprometida, y está llamada a escuchar los clamores de los pueblos amazónicos «para poder ejercer con transparencia su rol profético»[19]. Al mismo tiempo, ya que no podemos negar que el trigo se mezcló con la cizaña y que no siempre los misioneros estuvieron del lado de los oprimidos, me avergüenzo y una vez más «pido humildemente perdón, no sólo por las ofensas de la propia Iglesia sino por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América»[20] y por los atroces crímenes que siguieron a través de toda la historia de la Amazonia. A los miembros de los pueblos originarios, les doy gracias y les digo nuevamente que «ustedes con su vida son un grito a la conciencia […]. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha encomendado a todos: cuidar la Casa común”. (QA19)

Debemos tener presente la necesidad de un verdadero diálogo basado en el respeto a la dignidad de todos los hombres, el deseo general de buenas condiciones para una vida digna y saber reconocer la sabiduría ancestral que hay en los hombres amazónicos. Por ello, nuestro acercamiento tiene que ser con respeto, pues la tierra que pisamos es sagrada (ref. Ex 3, 5). Procurar un encuentro que abarque todos los aspectos, tanto culturales como sociales para que las acciones orientadas a un desarrollo sean de carácter integral, tal como siempre lo menciona el Papa Francisco.

Como Agustinos debemos tener en claro que la evangelización de hoy debe ser una evangelización inculturada[1]. Inculturación es un término nuevo para designar una antigua realidad que para un cristiano tiene resonancias de encarnación. La Palabra debe encarnarse en mundos, situaciones y culturas diversas. Con ello, no sólo su trascendencia no queda afectada, sino que más bien es reafirmada[2]. Con esta perspectiva queremos poner el dedo en la llaga en un continente de tan grande diversidad racial y cultural.

Las culturas y los valores de los diferentes pueblos indígenas y de la población negra de América Latina constituyen una gran riqueza que debe ser apreciada y respetada por quienes tienen la responsabilidad de anunciar el evangelio[3]. Estamos ante una tarea inmensa y urgente, que apenas ha sido iniciada, y un estimulante desafío actual al sentido de ser agustinos[4]. Asumir esa perspectiva es renovar la opción evangélica por todos aquellos que sufren el abandono, el dolor, la corrupción, el hambre, la tristeza, la angustia, en definitiva, la muerte prematura a causa del pecado del hombre. Por esa razón, ser misioneros no sólo exige conocer con seriedad y responsabilidad la realidad y las causas del sufrimiento de nuestra gente; nos conduce a hacer más eficaz nuestra acción pastoral y a profundizar la reflexión teológica[5]. Esta forma de ser misionero y hacer misión debe marcar también nuestra espiritualidad, es decir, el seguimiento de Jesucristo. Desde el compromiso de caridad en la evangelización se comprende mejor que el amor al prójimo no se concentra en relaciones aisladas, sino que toma las proporciones de la comunidad junto con sus características propias[6].

Como menciona el teólogo peruano, Gustavo Gutiérrez, evangelizar es anunciar con obras y palabras la salvación de Cristo. Habiendo vencido en la raíz las fuerzas del pecado que dominan al hombre viejo, a través de su entrega hasta la muerte y su Resurrección por el Padre, el Hijo de Dios hecho carne, allana el camino del hombre nuevo, a fin de que dé cumplimiento a su vocación de comunión con Dios en el cara a cara paulino (cfr. 1 Cor 13)[7]. Esta concepción misionera abarca todas las dimensiones humanas, personales y sociales, debido a que la liberación del pecado va al corazón mismo de la existencia humana, allí donde la libertad de cada uno acepta o rechaza el amor gratuito y redentor de Dios, como acción entera de la salvación de Cristo[8].

  • Un sueño ecológico.

Concebiremos este tema como el desarrollo de la ecología integral.

Cuando el Papa, en Madre de Dios-Perú, convocó al Sínodo Panamazónico a muchos no nos pareció sorpresa que se toque la ecología dentro de ese marco. En definitiva, no era ajeno a la labor teológica. Sin embargo, unir a la ecología el término Integral es una cuña nueva que el Papa Francisco rápidamente hizo famosa en sus diversas intervenciones y que el Sínodo recogió. Pero ¿qué significa?, ¿aporta algo a lo ya desarrollado en la ecoteología?

El documento preparatorio concibe a la Ecología Integral como la necesidad de promover una armonía personal, social y ecológica, que invita a una conversión a todos los niveles mencionados, reconociendo nuestros errores, pecados y vicios que ofenden a la creación de Dios. Es decir, la ecología integral se inserta dentro del tema de la Evangelización-Conversión como una nueva forma de anunciar el mensaje de Cristo encarnado en nuestra realidad. Dice:

“El Reino que se anticipa y crece entre nosotros lo toca todo (EG 181) y nos recuerda que “en el mundo todo está conectado” (LS 16), y que por lo tanto el “principio de discernimiento” de evangelización está vinculado a un proceso integral de desarrollo humano (cf. EG 181). Dicho proceso está caracterizado… por un paradigma denominado ecología integral, que articula los vínculos fundamentales que hacen posible un verdadero desarrollo”.

Por tanto, la ecología integral parte de la dimensión antropológica, pues

“los seres humanos somos parte de los ecosistemas que facilitan las relaciones que dan vida a nuestro planeta, el cuidado de los mismo…es fundamental para promover tanto la dignidad de cada individuo, como el bien común de la sociedad, tanto el progreso social como el cuidado ambiental”.

Será en el Instrumento de Trabajo sinodal donde este tema ocupe un capítulo entero (concretamente el II). Ahí se menciona dos frentes peligrosos: la economía manchada por la ambición que no tiene en cuenta ni el desastre que causa a la naturaleza, ni el impacto sobre los pueblos; y el conservacionismo que sólo se centra en el bioma (materia) y no tiene en cuenta a los pueblos amazónicos (cf. nº45).

El sufrimiento lo viven a la par la naturaleza y el hombre, el desarrollismo causa dolor a ambos puntos, todo está conectado; no se puede dañar a la creación sin dañar al hombre mismo, de ahí la necesidad de una ecología integral que, como su mismo nombre lo dice, integre todas los puntos del cuidado del medio ambiente: la creación como medio en donde el hombre se desarrolla y la persona como reflejo de Dios, y todas las dimensiones que implica: inmanente y trascendente. Para el Instrumento de Trabajo la palabra clave en la Ecología Integral es la relacionalidad, dice al respecto:

“La ecología integral se basa en el reconocimiento de la relacionalidad como categoría humana fundamental. Ello significa que nos desarrollamos como seres humanos en base a nuestras relaciones con nosotros mismos, con los demás, con la sociedad en general, con la naturaleza/ambiente, y con Dios.” (nº 47).

Indica además que, para mejor entendimiento de una ecología que sea integral es necesario tener muy presente los conceptos de justicia y comunicación inter-generacional que comprenda la transmisión de experiencias, cosmologías y hasta teología amazónica ancestral (cf. 50), esto es, mantener viva la sabia herencia de nuestros antepasados, que tienen mucho que enseñar en este Sínodo, pues “son precisamente ellos quienes normalmente mejor cuidan sus territorios” (cf. LS 149).

En definitiva, lo que el Instrumento de Trabajo del Sínodo plantea es más que una consciencia ecológica, más que un accionar ecologista o simplemente querer detener el deterioro ambiental porque nos afecta materialmente; lo que quiere es gritarle al mundo que la Amazonía también es sujeto de dignidad porque es lugar de revelación divina; por tanto, atentar contra ella no sólo pone en peligro nuestro bienestar material, también pone en peligro nuestra propia salvación.

El Sínodo Panamazónico quiere advertirle al mundo que la solución no se encuentra solamente en acuerdos internacionales de no contaminación o protección al medio ambiente, en la reducción de emisiones de gases o en decretar áreas de reserva; se encuentra en la conversión del corazón del hombre. Y tiene sentido, pues el hombre siempre encontrará nuevas formas de sacarle la vuelta a la ley, nuevas formas de contaminar el medio ambiente dentro del marco de la legalidad, ideará maneras de acallar su conciencia que le grita: ¡es un pecado¡ cada vez que va contra la naturaleza.

Unido íntimamente a todo lo anterior, el trabajo sinodal hace suya la voz de miles de personas que sufren directamente los males a la amazonía. Pues, aunque todos llegamos a sentir las consecuencias, son los más pobres quienes sufren inmediatamente las sequías, inundaciones, contaminación de los ríos, explotación maderera, expropiación de sus territorios ancestrales; son ellos los que sufren inmediatamente el hambre, abandono, manipulación y muerte. Dice al respecto:

“El drama de los habitantes de la Amazonía no sólo se manifiesta en la pérdida de sus tierras por el desplazamiento forzado, sino también en ser víctimas de la seducción del dinero, los sobornos y la corrupción por parte de los agentes del modelo tecno-económico de la “cultura del descarte” (cf. LS 22), especialmente en los jóvenes. La vida está ligada e integrada al territorio, por ello la defensa de la vida es defensa del territorio, no existe separación entre ambos aspectos. Este es el reclamo que se repite en las escuchas “nos están quitando nuestra tierra, ¿a dónde iremos?” Porque quitar este derecho es quedarse sin posibilidades de defenderse frente a los que amenazan su subsistencia.” (nº 53).

Este Sínodo quiere, en resumen, mostrarle al mundo una salida al mal de la destrucción ambiental desde la raíz: el corazón del hombre. 

Volviendo a las preguntas iniciales, la Ecología Integral quiere ser el punto de arranque de un nuevo marco de pensamiento y acciones en favor de la Amazonía y del mundo entero. Y aunque en casi todos los autores que desarrollan la ecoteología se encuentran presentes las dos dimensiones antropológicas: inmanente y trascendente; el que un Sínodo tan importante lo haya asumido y, posteriormente haya sido elevada a enseñanza magisterial es un paso inmenso para la nueva significatividad del mensaje cristiano en este mundo actual, con sus problemas actuales. Decir Integral entonces, se vuelve un recordatorio a las presentes y futuras reflexiones y acciones que todo está relacionado y que no se puede contemplar solamente un aspecto del cuidado de “nuestra casa común” sea el que sea, y lo hace a un nivel de autoridad eclesial.

  • Un Sueño Eclesial.

“La Iglesia está llamada a caminar con los pueblos de la Amazonía” (QA 61)

Nuestras Provincias, Vicariatos y Delegaciones son eminentemente misioneros. Es la noble herencia de las Provincias Madres a las que pertenecemos. Es tan importante por ello tomar conciencia del significado que tiene el acompañar a los pueblos en los que nuestra labor misionera se desarrolla.

La misión constituye en la Iglesia parte fundamental de su ser. Es un mandato directo de Aquel que quiso crearla a partir de su propio ejemplo (Vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” Mt 28, 19). Cristo mismo quiso que su Esposa poseyera su carácter misionero (“El Verbo se hizo hombre, y habitó entre nosotros” Prólogo de Juan), pues, así como Él salió del Padre y recibió un envío (Yo no hablo por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hacer” Jn 12, 49), así Jesús mismo envía a sus discípulos por el mundo a llevar la Buena Noticia. Y ahí justamente radica el espíritu del misionero, en ser portador de UNA BUENA NOTICIA, una noticia que plenifica y libera, que colma y sana. El misionero se convierte en una prolongación histórica de la misma misión de Cristo, encomendada por la Iglesia:

“Ellos tienen derecho al anuncio del Evangelio, sobre todo a ese primer anuncio que se llama kerygma y que «es el anuncio principal, ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra»[81]. Es el anuncio de un Dios que ama infinitamente a cada ser humano, que ha manifestado plenamente ese amor en Cristo crucificado por nosotros y resucitado en nuestras vidas. Propongo releer un breve resumen sobre este contenido en el capítulo IV de la Exhortación Christus vivit. Este anuncio debe resonar constantemente en la Amazonia, expresado de muchas modalidades diferentes.” (QA 64)

Una tarea capital del anuncio del Evangelio hoy es contribuir a dar sentido a la vida. Tal vez en los primeros momentos del trabajo misionero de nuestros hermanos mayores lo dieron por supuesto y adquirido, como también se consideraba como algo dado, la inspiración de la fe y la afirmación de verdades fundamentales del mensaje cristiano. Sea lo que fuere de esto, lo cierto es que, al presente es necesario volverse a inquietar por los cimientos de la condición humana y de la vida de fe. Una vez más se recuerda que el compromiso misionero y la sincera inserción en las realidades que nos tocan vivir en cada uno de nuestros lugares de misión, en tanto que, opción centrada en el amor gratuito de Dios, tiene una importante palabra que decir en este asunto de la evangelización inculturada. Ella se coloca en la tensión entre mística y solidaridad histórica. Lo que no es sino una manera de repetir lo que el Evangelio dice con toda sencillez: el amor a Dios y el amor al prójimo resumen el mensaje de Jesús, y como tal resumen también el horizonte del actuar misionero.

Caminar al lado de los pueblos consiste en ver al ser humano, su condición existencial, su naturaleza, su historia, su desarrollo como lugar de encarnación del evangelio y como objeto de la reflexión teológica[9]. La presencia activa de Dios en medio de su pueblo forma parte de las más antiguas y más persistentes promesas bíblicas[10], concepción que se empieza a aplicar a las realidades amazónicas recientemente, pues también se empieza a ver a la amazonía como un serio lugar a tener en cuenta para encontrar a Dios. En la misma línea el Papa escribe:

“La Iglesia, al mismo tiempo que anuncia una y otra vez el kerygma, necesita crecer en la Amazonia. Para ello siempre reconfigura su propia identidad en escucha y diálogo con las personas, realidades e historias de su territorio. De esa forma podrá desarrollarse cada vez más un necesario proceso de inculturación, que no desprecia nada de lo bueno que ya existe en las culturas amazónicas, sino que lo recoge y lo lleva a la plenitud a la luz del Evangelio. Tampoco desprecia la riqueza de sabiduría cristiana transmitida durante siglos, como si se pretendiera ignorar la historia donde Dios ha obrado de múltiples maneras, porque la Iglesia tiene un rostro pluriforme «no sólo desde una perspectiva espacial […] sino también desde su realidad temporal. Se trata de la auténtica Tradición de la Iglesia, que no es un depósito estático ni una pieza de museo, sino la raíz de un árbol que crece. Es la Tradición milenaria que testimonia la acción divina en su Pueblo y «tiene la misión de mantener vivo el fuego más que conservar sus cenizas” (QA 64)

Ya sea en el cuadro de la primera alianza: “Moraré en medio de los hijos de Israel, y seré para ellos Dios. Y reconocerán que yo soy Yahvé, su Dios, que los saqué del país de Egipto para poner mi morada entre ellos. Yo Yahvé, su Dios” (Ex 29, 45-46); ya sea en el anuncio de la nueva alianza: “Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Y sabrán las naciones que yo soy Yahvé, que santifico a Israel, cuando mi santuario esté en medio de ellos para siempre” (Ez 37, 27-28). Debemos notar que esta presencia, muchas veces con el matiz de la habitación, es decir, de la presencia en un lugar determinado, marca el tipo de relación que se establece entre Dios y el hombre. Dios está presente en el cosmos, pero también lo está en medio de la historia, y la historia de nuestros pueblos no es la excepción. El Dios vivo se halla y actúa también en el devenir de nuestros pueblos. Insertarnos responsablemente en la historia y actividades de dichos pueblos nos permite una perspectiva real y no teórica del rumbo que se tiene que tomar para el acompañamiento. Dejarnos sorprender por lo que tengas que decirnos y enseñarnos permite romper esquemas prefijados y elaborar a partir de ahí caminos juntos, que sin anularse se conectan. El sueño del que se habla en la exhortación post sinodal no es otra cosa que buscar una Iglesia con rostro amazónico[11].

Es necesario, sin embargo, tener en cuenta que considerar a la Amazonía como un lugar teológico también tiene peligros que se deberán evitar. La Amazonía no debe ser tomada ingenuamente, ni intentar idealizarla; de lo contrario los resultados, lejos de ser beneficiosos, terminarán siendo un obstáculo para la inculturación del evangelio y el acompañamiento a los pueblos originarios. Siendo más concretos aún, el concepto de “el buen vivir” que se menciona en los trabajos previos al Sínodo y en los posteriores documentos, incluyendo en “Querida Amazonía” puede expresar la convivencia armónica del hombre amazónico con su entorno, pero también pueden hacer caer en el error de una convivencia idílica, en donde no se tienen en cuenta características propias del pensamiento y ethos amazónico, como por ejemplo el ethos guerrero que configura su expansión y relaciones sociales, la dinámica de apropiación y asimilación cuando se encuentra con otras manifestaciones culturales, la comprensión de la individualidad y la colectividad en la conciencia social de los pueblos amazónicos, etc., pueden ser temas que si no se tratan con cuidado desvían la verdadera riqueza en ellas. De igual manera, el fenómeno del chamanismo es un medio por el cual podemos comprender mejor cómo el hombre de la amazonía concibe los ritos cristianos, sacramentos y ministros; pero si en el intento se persiste en la interpretación con criterios clásicos, procurando encasillarlos en conceptos occidentales no sólo se perderá la oportunidad, sino que se creará confusión en el discurso y en las posibles aplicaciones a la pastoral. Por poner algunos ejemplos. En conclusión, el acompañamiento de eclesial no debe darse bajo criterios extranjeros, ni mucho menos con dinámicas de neocolonialismos, sino debe partir de la misma experiencia ganada en el día a día con los pueblos hermanos con la misma dignidad que cualquier otro pueblo milenario y con la misma consideración seria a la sabiduría y ciencia que guardan.


[1] Cfr. Gutiérrez, La densidad del presente, 38.

[2] Cfr. Ibíd., 38.

[3] Cfr. Ibíd., 39.

[4] Cfr. Ibíd., 39.

[5] Cfr. Ibíd.,39.

[6] Cfr. Ibíd., 39.

[7] Cfr. Gutiérrez-Müller, Del lado de los pobres. Teología de la Liberación, 118.

[8] Cfr. Ibíd., 118.

[9] Cfr. Martínez, Teología Fundamental. Dar razón de la fe cristiana, 188.

[10] Cfr. Gutiérrez, Gustavo, El Dios de la vida (=Pedal 214), Ed. Sígueme, Salamanca2 1994, 139.

[11] Una expresión considerada por algunos teólogos y pensadores amazónicos poco acertada: “Las caras engañan”, decía el animador cristiano del pueblo Miraflores del río Marañón. Si tendríamos algo qué contribuir a la reflexión hecha, o al menos sugerir, sería contemplar el concepto del cuerpo en la Amazonía como un todo que incluso integra el alma, no a modo occidental, sino en un modelo muy propio de estas tierras. Trabajando mejor la concepción eclesial como concibe San Pablo a la Iglesia en 1 Cor 12, podríamos sacarle mejor provecho a las labores de reflexión.