EL ESPEJO DONDE ME VEO

Por: Fr. Manuel Vásquez Arirama, OSA

Cuando buceamos en los escritos de San Agustín, nos encontramos con alguien que podemos definir como filosofo, teólogo, pedagogo, maestro, sacerdote, obispo, padre de la iglesia y fraile, todas estas denominaciones encajan de alguna manera con su perfil.

Sin embargo, hoy queremos mirarlo desde la óptica de educador objetivamente plasmada en sus diferentes libros y en más de una, se centra en la educación (El Maestro), siendo él maestro de retórica, por tanto, no podemos definir un concepto de educación en su léxico filosófico y pedagógico por su complejidad. En sus libros al referirse a la educación considera los verbos educare, educere y formare y los sustantivos educatio, disciplina y doctrina, englobados bajo los conceptos de educatio, doctrina, disciplina y formatio, haciendo de ellas, toda una analogía.

Se deja notar en general con una pedagogía más  de praxis en sentido amplio de la palabra, sustentadas en acciones cotidianas y ordinarias usando una metodología humanista, tanto su pedagogía y metodología están fundamentadas en su propia experiencia de ser maestro y en el contacto directo con sus alumnos, conduciéndolos a la exploración de sus propias capacidades y habilidades que permiten que, al ser motivados por el maestro descubran de lo que son capaces de lograr y alcanzar en la vida, no tanto, cuestiones materiales sino espirituales y transcendentes.

San Agustín, es un maestro serio y exigente consigo mismo, jamás permitió que sus alumnos sean conformistas, flácidos o flemáticos. Es un maestro de armas tomar, toma tiempo para prepararse, medita y reflexiona lo que va a compartir con sus alumnos, discute consigo mismo los conceptos y teorías porque él quiere primero tener las cosas claras en su mente y corazón, no quiere confundir y desviar a sus alumnos y llevarlos al error.

San Agustín, es un hombre real de su tiempo, educa con la palabra y el ejemplo, educa con paciencia y cariño, educa desde el corazón y las virtudes que nacen de lo más profundo de la persona humana. Todos quieren ser sus alumnos, todos quieren escucharlo, nadie quiere perderlo, es un hombre con una inteligencia increíble, sabe y conoce de literatura, antropología, astrología, arte, cultura, religión y sobre todo, conoce al alumno en su dimensión humana, intuyendo su pensar y sentir en la interacción por medio del dialogo, la escucha y el debate dentro y fuera del aula. Solo así, es posible educar la mente y el corazón, la inteligencia y las emociones, la conducta y las acciones que no es otra cosa, que el alumno puesto en las manos del maestro.

Desde su experiencia San Agustín nos recomienda, que los maestros nunca deben perder esa actitud positiva de la vida, centralizado en la persona humana y su realización, porque esto engrandece el quehacer del maestro, reflejo del maestro interior por excelencia, Jesús.

Podemos decir, que la educación que San Agustín nos dejó en su legado, es una educación, esencialmente, de formación o instrucción de las facultades humanas, lo que hoy serían, las capacidades, competencias y desempeños en los estudiantes, teniendo como centro y modelo a Jesús.

Para San Agustín, Jesucristo, es el maestro interior que enseña e inspira con su gracia, que acompaña en el caminar de la vida, ese amigo que nunca falla, ese maestro educa con sencillez y sirve con humildad por vocación, por tanto, “El verdadero maestro enseña a todos en la cátedra del propio del corazón”.