EL “BUEN MORIR” Y EL DUELO

En los primeros siglos de nuestra era, la preocupación por un “entierro digno” va a ser una de las características de los cristianos, y sin duda uno de los elementos que hizo más atrayente su movimiento, sobre todo para las personas de condición social baja que no podían disponer de los medios para un funeral en condiciones. En esos tiempos no solo son los esclavos, sino buena parte de la población los que eran enterrados en fosas comunes.
Debido a la forma en que se suscitaron las cosas en relación a la pandemia y cómo se trataron a los difuntos y a las familias aún quedan muchas personas que no han podido completar su duelo y es una preocupación grande el hecho de ayudarlos a conseguirlo.
Con la propagación del virus ni siquiera hemos podido “ayudar a un buen morir”, nada garantizaba que los religiosos no se contagiaran de Covid-19 en los momentos más duros de la pandemia en nuestra ciudad, el hecho de recibir la unción y las oraciones ya sea de sacerdotes o pastores es importante tanto para el paciente terminal como para sus respectivas familias, porque de este modo es más fácil para las personas elaborar el duelo por la pérdida de su ser querido y no desarrollar un tipo de duelo complicado o patológico.
Sabemos que superar un duelo requiere tiempo y un gran esfuerzo personal. El esfuerzo que debe hacer el doliente para superar la pérdida de forma “normal” es lo que varios autores han denominado “trabajo de duelo” (Freud, 1917; Lindeman, 1944; Kübler Ross, 1974; Wordon, 1983; Osterweis et al. 1984; Rando, 1988; Wright, 1991; Ripoll, 1997). El trabajo de duelo incluye: estar activo, expresar los sentimientos, construirse una nueva identidad y rehacer la vida.
La ausencia de rituales de duelo sería responsable de una gran cantidad de enfermedades mentales surgidas en quienes han sufrido la pérdida de un familiar. Es lo que se observa en muchas sociedades occidentales. Así como hay un período prescripto para el duelo, también hay un tiempo prescripto para su término. Un duelo aceptado provee una sanción social para el comienzo como para la finalización de dicho proceso; lo cual, tiene gran valor psicológico para los deudos. La ausencia de expectativas en relación a la duración y a la finalización del duelo existente en la sociedad occidental dejaría a los deudos confusos e inseguros en su aflicción.
El apoyo social de familiares y amigos y el apoyo religioso de clérigos, maestros y pares espirituales ayuda a atravesar los momentos dolorosos previos y posteriores a la pérdida y a realizar la separación definitiva del familiar fallecido. Se alude siempre a la dimensión espiritual del ritual a partir del cual, el ser querido fallecido pudo ser simbolizado como quien, de ser un “ser físico vivo”, al morir pasaba a ser sólo un “ser espiritual”.
Como cristianos nos toca ubicar, acercarnos y ayudar a las personas que no pudieron cumplir los ritos, ni dieron entierro digno a sus familiares, para que expresen el dolor que no han conseguido sacar. Prácticamente nos toca hacer lo que desde siempre los cristianos hemos hecho, preocuparnos por las personas no sólo en vida. A veces pensamos que tal vez no podamos ayudar porque no somos profesionales, sólo tengamos en cuenta que muchas veces el hecho de acompañar, la presencia nuestra, y decir que vamos a rezar por sus difuntos ya es algo muy reconfortante.
Demos el primer paso y ayudemos a las personas a completar su duelo, para que consigan adecuarse, sin ningún tipo de trauma ni aflicción, a la nueva realidad que les toca vivir.

Referencias:
Rivas, Fernando, Qué se sabe de la vida cotidiana de los primeros cristianos, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra) 2011.
Yoffé, Laura, El duelo por la muerte de un ser querido: creencias culturales y espirituales, en Psicodebate 3, Psicología, cultura y sociedad, Univ. de Palermo, Buenos Aires 2003.

P. ANTONIO LOZÁN PUN LAY, O.S.A.