LA EUCARISTIA, BANQUETE DEL REINO

La comida es uno de los gestos más comunes de los seres humanos. Pero comer no es solo llenar el estómago; además de ser un hecho humano importante, es también un hecho simbólico, sacral, numinoso. Forma parte de la convivencia humana y del rito religioso. La comida es necesaria para sostener la vida que es sagrada. Incluso por la manera de aderezarla forma parte de la identidad y la cultura de los pueblos. Evidentemente no comemos solos, la comida es también un acto social. Comemos juntos, en familia, con amigos… Mi madre siempre nos hacía esperar si faltaba un miembro de la familia; y es que la comida no es solo para matar el hambre, alimenta también la cercanía, el amor y la unidad. Una comida en comunidad es signo de comunión. Junto a la comida diaria tenemos también comidas especiales, como el banquete festivo, el festín de bodas, las cenas de hermandad, los ágapes religiosos…
El alimento y la bebida son imprescindibles, se dan en función de la vida, alejando con ello la muerte. Comer y beber es alimentarse para vivir, pero también para convivir con familiares y amigos, para estrechar lazos de comunión, para compartir sentimientos comunes, y en determinados momentos, para festejar. La comida compartida es signo de amistad y ocasión de sobremesa. Frente a los estoicos y gnósticos que pretendían acercarse a Dios mediante ayunos y privaciones, los cristianos se tomaban en serio las necesidades corporales. A Jesús mismo le llamaron comelón y amigo de pecadores. Muchos de sus grandes mensajes se dieron en el marco de una comida. Hay que saciar el estómago, cierto, pero al mismo tiempo, la comida debe responder a la totalidad de la persona.
Al comienzo de su vida pública Jesús tuvo hambre en el desierto y murió en la cruz diciendo: tengo sed. Dar de comer al hambriento y dar de beber al sediento son obras de misericordia tenidas en cuenta en el juicio de Dios, donde Jesús, sentado en su trono, está revestido, desconcertantemente, -según el radiorelato de “Un tal Jesús” ilustrando a Mt 25-, con el uniforme de la miseria, para ver quién le reconoce y quién no.
Juan, en el discurso del pan de vida, hace un comentario en profundidad a la institución de la eucaristía, pero después del signo de los panes. Presenta las realidades físicas para que intuyamos las realidades espirituales que se esconden detrás. Intensifica el vocabulario estrictamente eucarístico: carne, sangre, dar pan, comer, beber… todo realidades físicas. Teniendo en cuenta el escándalo que esto produce en los judíos, no cabe duda de que aquí se habla de la cena del Señor. La conclusión es esta: que quien participa, es decir, quien come de ese Pan tiene la vida eterna, la vida definitiva. La fe y el sacramento de la eucaristía se reclaman mutuamente. Hay un paralelismo con la última cena. El pan que yo les daré es mi carne para la vida del mundo. Juan menciona seis veces la palabra carne en lugar de cuerpo. Es necesario comer físicamente su carne y beber su sangre. Puro realismo, como podemos ver. Pero, cuanto más recurre Juan al lenguaje realista sobre el pan de la eucaristía, más resalta su misterio. Y ha sido este misterio el que ha sostenido la fe. Jesús es el pan de vida porque pone en juego toda su vida, es más, da su vida entera, hasta el final; da su carne a comer, es decir, da la vida. Por eso, cuando se capta la fe, la trascendencia de esta Buena Noticia -el evangelio-, brota espontánea la acción de gracias -la eucaristía-, se produce un cambio de visión en la vida –la conversión- y se inicia un vivir coherente con lo descubierto –el seguimiento de Jesús.-
¿Qué es, pues, la Eucaristía, qué es comulgar? Comulgar es identificarse con Jesús, vivir como Jesús; es pasar por la vida haciendo el bien; es vivir la justicia, compartir lo que somos y tenemos, llevar una vida como Jesús quiere: centrados en el amor, liberados cada día más del egoísmo, vivir en medio del mundo pero sin ser mundanos; es entrar por la puerta angosta y confesarle con nuestras obras y palabras. Comulgar es amar y servir, es perdonar y solidarizarse, es tener a los demás como superiores a nosotros mismos, es compartir con los demás. Es entender que pertenecemos todos a un mismo cuerpo, que tenemos a Cristo por cabeza, que somos interdependientes y por eso llamados a comunicar nuestra fe y hacer un mundo de hermanos. Comulgar es hacer patente la Nueva Alianza: que si somos capaces de amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos, Él nos dará la resurrección y la vida. La prueba de que este pacto va en serio, es que lo selló con su propia sangre.
La palabra Eucaristía significa acción de gracias. ¿Pero gracias a quién? Evidentemente, gracias a Dios por Jesucristo, porque siendo el Cordero sin mancha, inocente, cargó con nuestros pecados y rebeldías hasta dar su vida por nosotros, devolviéndonos la dignidad de hijos de Dios. Algo que jamás agradeceremos lo suficiente. Gracias porque habiendo llevado al culmen su amor, quiso quedarse no solo con nosotros, sino en nosotros, y de la forma más contundente, como alimento, es decir, comida y bebida, Cuerpo y Sangre, para que aprendamos a vivir con El, a vivir en El, a vivir como El.

FR. VICTOR LOZANO