MADRE DEL CONSUELO, ALIVIO DE LOS QUE SUFREN

Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios Is 40,1.
Solo en Dios descansa mi alma, de El viene mi salvación Sal 62,2.
Cuando el afligido invoca al Señor él lo escucha y lo libra de sus angustias.
“Hermano, estoy mal. Tengo todos los signos del virus. Desde ayer empecé a sentir dificultades para respirar. Tengo miedo de morir.” Este escueto mensaje se ha multiplicado de muchas y diferentes maneras en las últimas semanas –con la voz baja del asustado- debido a los miles de contagiados de nuestra ciudad. Cada uno a su manera ha visto a Cristo con la cruz a cuestas. Porque, ay, la cruz es algo que siempre nos acompaña. Nos sigue como una sombra. Desde que nacemos. De una u otra manera la cruz es el pan de cada día para todos, quizá aun mayor para los pobres. Pero en situaciones como la que estamos viviendo, se ha convertido para muchos en cruz casi insoportable, necesitada de Cirineo.
Por eso es consolador saber que una mujer, María, -alguien de nuestra raza-, está al pie del cañón, junto a nosotros. Como estuvo al lado de la cruz, junto a su Hijo. Porque también somos sus hijos. Jesús nos la dejó por madre y bajo su amparo nos acogemos. Ella tiene un corazón grande donde cabemos todos. Al lado de esta Madre de Dolores, todos tenemos un paño de lágrimas para nuestras penas y nuestras angustias, porque también es la Madre del Consuelo. Como madre, se pone entre su Hijo Jesús y sus hijos los hombres. Se pone en medio, para presentar a su Hijo las necesidades y sufrimientos de sus hermanos los hombres. Especialmente de los que lloran, de los que viven la angustia de no saber si habrá mañana. Ella actúa desde su condición de madre de Dios y madre nuestra, e intercede por nosotros, como en aquellas bodas de Caná, sintiéndonos arropados, acogidos, protegidos.
De modo que puedes presentarle tus penas, tus angustias y sufrimientos. Dile que ya no puedes más. Dile que ya gastaste tu patrimonio en lágrimas. Que tienes marcadas las ojeras a fuego por los días sin comer y las noches sin dormir. Que están desgastadas las cuentas de tu rosario. Que tienes miedo, mucho miedo, porque los remedios no remedian y solo esperas que no se quiebre el hilo de tu esperanza. Ahora, deja tus temores y tus cargas a sus pies, y descansa. Déjate inundar de su paz, de su consuelo, de su ternura de madre. Desde la fe, nada termina mal, el final es siempre el cielo. Mira las cosas desde más arriba. Ten fe. La espina de hoy será la flor de mañana.
Empieza el mes de mayo. Invoquemos a la llena de Gracia. María, salud de los enfermos, refugio de pecadores, consoladora de los afligidos, auxilio de los que sufren. María, bálsamo en la tribulación, alivio en la enfermedad, antídoto contra el pecado que nos separa de quien es la Vida. Ella tiene hoy una palabra de sosiego para ti. Una palabra que trae la victoria de la esperanza sobre la angustia, la cercanía sobre la soledad, la paz sobre la turbación, la serena certeza en el triunfo del amor y de la vida, sobre el mal y la muerte. María, estrella del mar, y puerto de ternura, de mi dolor cumplido y de tristura, venme a librar y confortar, Señora de la altura.
Oremos. Señor y Padre nuestro: Concede paz a los que lloran, consuelo a los tristes y salud a los enfermos. Por intercesión de nuestra madre de la Consolación, te pedimos el consuelo para nuestros hermanos y hermanas enfermos, esperanza para los que lloran la muerte de un familiar o de un amigo, y fortaleza para los doctores y enfermeras que día a día libran la batalla por la vida. Madre de misericordia, enséñanos a amar, a pensar en los demás, a compartir el sufrimiento de los que sufren… Haz que busquemos con ardor a tu Hijo Jesucristo, camino, verdad y vida nuestra, que lo sigamos con todo el corazón, y que nada temamos sino aquello que nos pueda separar de Él. Amén.